Caballito
Son las seis de la mañana y amanece la ciudad. Los kioscos de revista acompañan las caravanas de colectivos, coches y transeúntes. El caos comienza a apoderarse de las calles y el ruido monopoliza el aire. Los puestos de libros no abren hasta las diez, pero muchos ya están desde temprano preparando la jornada. Ecosistema convulsionado, rico en especies, salvaje y majestuoso, avasallante pero humilde, sensible pero traicionero. Otro día comienza y así se prepara el pulmón más vivo del barrio de Caballito, el Parque Rivadavia.
Por sus pasillos desfila la burguesía porteña de zapatos y Ray Bans, de corbatas y smartphones al mismo tiempo que los más olvidados de zapatillas rotas y cumbia, de carretas cargadas con las sobras de la vida de los otros. Adentrarse en esta jungla es toda una experiencia de cruzadas y aventuras, donde se funden las costumbres barriales de mates y libros usados, con los edificios cosmopolitas y el sentimiento “clasealtista” de los más antiguos especímenes que solían recorrer la Caballito de “élite” saludando al globero, o cenando en la ya desaparecida pizzería “El Destino”.
Hay quienes bailan y otros que intentan respirar. Los más “paquetes” se ríen grotescamente llevando cómodas bolsas de tiendas de ropa y electrodomésticos, al tiempo que los “nadie” de Galeano bajan y suben escaleras haciendo equilibrio entre la gente, con pesados bultos negros llenos de prendas genéricas por sobre sus espaldas.
Cuidado con el mundo, porque a veces no lo vemos y nos hace tropezar. Y así se regocijan los pungas, las mecheras, los filos, que de un arrebato recuerdan que hay que saber mirar, que esta no es una ciudad sin forma, que están en el corazón palpitante de la tragicómica República de Caballito. Llegada la tarde el Parque parece un desierto y sólo quedan algunos “cara sucia” jugando a la pelota o compartiendo un verde antes de partir.
El barrio se prepara para descansar y la medianoche lo encuentra callado y silencioso, aunque sólo por un rato, porque entre insomnes y diarieros, entre libros y piratas, entre abuelos y palomas, lo preparan para una nueva jornada ardua de mixtura social, donde convive lo bueno y lo malo, lo puro y lo impuro, lo laborioso y lo ventajista, Stavisky, Don Bosco y la Mignon.